La vida nos pone en situaciones complicadas, a veces mucho más de lo que se nos hubiera ocurrido esperar, ni en el más bizarro supuesto especulativo de un trip de fin de año a la orilla del mar. Este 2020 ha probado ser, por mucho, uno lleno de eventos extraordinarios, que han puesto a prueba nuestros niveles de serenidad, paciencia, empatía, coraje y aprecio por la vida.
Me queda claro que otras generaciones lo vivieron antes, que este momento tuvo lugar en el mundo hace aproximadamente cien años la última vez, que fue algo similar, con muerte masiva, tristeza, desolación, alejamiento y reaprendizaje de normas sociales, culturales, de higiene, de contacto físico, pero es difícil aprender de la historia cuando pasa desapercibida ante nuestros ojos, cuando hay eventos aparentemente mucho más relevantes o sangrientos en los cuales fijar la atención, cuando creemos que hemos dominado el conocimiento y tratamiento de los males virales, pero la naturaleza siempre nos sorprende, es como si dijera… ¿ah sí?… Aguanta mi vaso…
Resulta que hay un virus muy contagioso, muy peligroso, que está por todos lados, contaminando el ambiente y haciendo que nuestra interacción humana se vea limitada, modificada y llevada a un extremo mínimo, soportado en las pantallas y la tecnología, poniendo barreras físicas entre nosotros. La comunidad científica, aparentemente capaz de dilucidar cualquier cosa, lleva medio año sin tener una idea clara del comportamiento de este ente microscópico, sin saber por qué en algunos individuos es totalmente letal y en otros es más leve que un resfriado estacional.
Ante esta realidad, modificamos todo, nuestra forma de vivir, ser, salir, educarnos, entretenernos, comunicarnos, relacionarnos con personas conocidas y desconocidas. Se pone a prueba toda nuestra capacidad de aguantar, de poseer una empatía a nivel no solamente humano sino social, como comunidad y como especie.
Traído a mi terreno, mi forma de vivir se modifica nuevamente, se muda con nosotros mi mamá, nos dedicamos a cuidar de Héctor en casa, habiendo tenido como último contacto con el mundo pre-pandémico, una resolución positiva en las pruebas de TEA.
¿Qué puedo hacer?¿De qué forma puedo mantener la cordura, la paz, la sanidad mental y al mismo tiempo estimular el desarrollo cognitivo, emocional y social de mi hijo de 2 años con TEA?
Para bien o para mal, resulta que el mezcal me ayuda a no pensar constantemente en esa pregunta, pero creo que simplemente es una de esas situaciones en las que hay que dejar ir, soltar, aprender a poner en las manos de una autoridad superior nuestras esperanzas de encajar en una realidad que ya no existe, que no será la misma una vez que volvamos a salir de nuestro encierro autoinducido, de este sueño exageradamente realista del que simplemente no podemos despertar, aunque cada semana lo intentamos entre colores rojos y naranjas.
Pienso que a lo mejor es una bendición disfrazada, el hecho de que aún no me puedas cuestionar por qué no podemos salir al mundo, por qué no podemos jugar en el parque, por qué no puedes ver a tus amigos, ir a la escuela… Tal vez todo pasa por algo.
¿Será el momento de decidir el nuevo rumbo? ¿De abandonar lo conocido puesto que ahora todo allá afuera es igual de desconocido?
Lo único que sé con certeza es que quiero estar aquí para verte crecer, para ser el extremo receptor de tu comunicación, se exprese de la forma que vaya a expresarse, quiero que sepas que sí hay un mundo afuera, que estás en todo tu derecho de conocerlo, experimentarlo, amarlo y disfrutarlo, que así como eres, eres perfecto, que mi amor por ti no tiene límites y crece a cada instante de forma exponencial hacia el infinito.
Pase lo que pase, te amo Héctor.
Mamá.